"Ávido pero gentil, Tadeo Muleiro devora sus platos preferidos en el menú de la historia cultural. Religión, rito, leyendas ancestrales, pero también humor, cultura de masas e historia del arte son algunos de los manjares sagrados y profanos de los que el artista se nutre. El Manifiesto Antropófago de Oswald de Andrade representa uno de sus puntos de partida conceptuales, y así Tadeo ingiere cosmogonías y sistemas culturales para regurgitar luego su propia síntesis: una amalgama sorprendente, que transita lo trascendental, lo estetizante, lo técnico-artesanal, pero también lo desenfadadamente pop. Al mapa binario de la modernidad brasileña que buscaba fundir lo europeo con lo aborigen pero en un viaje inverso, Tadeo le adiciona la contemporaneidad y algunas otras geografías. Como una trampa de la historia emplazada en un laberinto de espejos, Oswald de Andrade es fagocitado, a su vez, por su seguidor porteño del siglo XXI.
La iconografía precolombina que atraviesa toda su obra -de México a la Patagonia pasando por Cusco y Humahuaca- es a primera vista el ingrediente por excelencia, el disparador esencial; pero luego vemos que abreva también en fuentes de la cultura popular moderna y contemporánea: el cómic, las películas clase B de los ‘50, el manga japonés, el pop norteamericano, la estética de la lucha libre mexicana. A veces fundidas todas en una misma obra.
En esta operación de superponer, trasladar, cohabitar, barajar y dar de nuevo, Tadeo produce objetos de múltiples interpretaciones, más allá de su estética festiva y vistosa. El cuerpo humano como medio, como catalizador, es otra transversalidad continua en su producción. Así, danzas, rituales y trajes para vestirlo se vuelven los posibles vehículos de ese cuerpo errante en busca de lo trascendente.
Pero también obediente a su apetito terrenal voraz, profundo, caníbal." Mariano Soto