El jueves 4 de septiembre, a las 19 horas, se inaugura en la Fundación Alberto Elía–Mario Robirosa la exposición de Sofía Abobou, fotógrafa de sólo 21 años que muestra una sorprendente intuición para capturar ese instante único y fugaz que separa la realidad de una imagen perdurable.
La muestra está integrada por una treintena de imágenes tomadas por la joven artista durante sus viajes que, otra rara condición en alguien de su edad, la han llevado a lugares tan remotos como el India, Nepal, Bhutan, Tibet o Venecia.
Se trata de retratos, ventanas, murallas, tendidos de cables, o de carteles, objetos, reflejos en el agua que, gracias a la magia del encuadre, se convierten en sugerentes abstracciones.
Pero cada una de esa imágenes forma parte de la realidad. Como afirman Elía y Robirosa, en un momento en que “muchos fotógrafos ponen en la experimentación y la manipulación de la imagen el valor agregado que constituiría en arte su producción, otros fotógrafos buscan más recuperar la inocencia de la mirada, la expresividad del recorte, la inmediatez del color y el foco como operación del ojo. Este es el caso de Sofía Abboud”.
Mirada inocente, pero no ingenua ni objetiva sino cargada de curiosidad, selectividad, expresividad, sensibilidad: en una palabra, de subjetividad.
Como dicen los curadores, “cada fotografía, a su vez, juega con nuestra propia sensibilidad. Los retratos apenas contextualizados nos cuentan densas historias, siempre diferentes, mientras otros ambientes apenas humanizados nos ubican con esos personajes en sus mundos desconocidos”.Sofía Abboud nació en Buenos Aires en 1986 en el seno de una familia muy ligada a la cultura oriental. Desde temprana edad viajó a India, Nepal, Bhutan, Tibet y Myanmar, entre otros países. Y más tarde visitó muchas ciudades de Europa y Estados Unidos.
En la adolescencia Sofía comenzó a registrar con su cámara lo que le impresionaba de esos lugares extraordinarios y muy pronto encontró un lenguaje propio que, de regreso a Buenos Aires, siguió desarrollando en los cursos que tomó con Diego Ortiz Mugica y Eduardo Gil.
Con la simplicidad que tienen sus fotografías, la joven artista sintetiza la relación con su oficio: “Utilizo la fotografía como un medio para registrar aquello que veo que me atrae y me conmueve. La imagen se plasma de manera muy espontánea, simplemente apretando el gatillo cuando encuentro el objeto indicado, saciando así la necesidad de conservar esa imagen”.
La muestra se puede visitar del 4 de septiembre al 10 de octubre en Azcuénaga 1739.
La muestra está integrada por una treintena de imágenes tomadas por la joven artista durante sus viajes que, otra rara condición en alguien de su edad, la han llevado a lugares tan remotos como el India, Nepal, Bhutan, Tibet o Venecia.
Se trata de retratos, ventanas, murallas, tendidos de cables, o de carteles, objetos, reflejos en el agua que, gracias a la magia del encuadre, se convierten en sugerentes abstracciones.
Pero cada una de esa imágenes forma parte de la realidad. Como afirman Elía y Robirosa, en un momento en que “muchos fotógrafos ponen en la experimentación y la manipulación de la imagen el valor agregado que constituiría en arte su producción, otros fotógrafos buscan más recuperar la inocencia de la mirada, la expresividad del recorte, la inmediatez del color y el foco como operación del ojo. Este es el caso de Sofía Abboud”.
Mirada inocente, pero no ingenua ni objetiva sino cargada de curiosidad, selectividad, expresividad, sensibilidad: en una palabra, de subjetividad.
Como dicen los curadores, “cada fotografía, a su vez, juega con nuestra propia sensibilidad. Los retratos apenas contextualizados nos cuentan densas historias, siempre diferentes, mientras otros ambientes apenas humanizados nos ubican con esos personajes en sus mundos desconocidos”.Sofía Abboud nació en Buenos Aires en 1986 en el seno de una familia muy ligada a la cultura oriental. Desde temprana edad viajó a India, Nepal, Bhutan, Tibet y Myanmar, entre otros países. Y más tarde visitó muchas ciudades de Europa y Estados Unidos.
En la adolescencia Sofía comenzó a registrar con su cámara lo que le impresionaba de esos lugares extraordinarios y muy pronto encontró un lenguaje propio que, de regreso a Buenos Aires, siguió desarrollando en los cursos que tomó con Diego Ortiz Mugica y Eduardo Gil.
Con la simplicidad que tienen sus fotografías, la joven artista sintetiza la relación con su oficio: “Utilizo la fotografía como un medio para registrar aquello que veo que me atrae y me conmueve. La imagen se plasma de manera muy espontánea, simplemente apretando el gatillo cuando encuentro el objeto indicado, saciando así la necesidad de conservar esa imagen”.
La muestra se puede visitar del 4 de septiembre al 10 de octubre en Azcuénaga 1739.