El jueves 7 de octubre a las 18.30 hs., se inaugura en el Pabellón de las Bellas Artes de la UCA, la exposición "Las chapas esmaltadas. Arte publicitario (1898-1950)", un excepcional conjunto de piezas de publicidad que fueron celebres un siglo atrás y que documentan una época, cautivan de inmediato por su estética y despiertan el recuerdo de viejas marcas, productos, celebridades, eslóganes y recursos nunca olvidados por el público.
Reunidas por el Embajador Federico Mirré a lo largo de varios años, las 131 chapas que integran esta muestra son elocuentes tanto por su forma y fondo como por su estrecha relación con la realidad cotidiana. Exhiben mensajes con valores artísticos que confirman que la publicidad, por un lado, absorbe las tendencias artísticas en boga, y por otro, las crea e incluso las impone fuera de su dominio específico.
Como expresa Cecilia Cavanagh, directora del Pabellón de las Bellas Artes, “las chapas en exposición dan cuenta de una época, no solo por lo que anuncian, sugieren o recomiendan, sino por las herramientas gráficas y visuales que utilizan. Con un lenguaje visual simple, fueron parte de la geografía ciudadana. El eslogan fue incorporado en el mensaje publicitario con las grandes marcas, como Geniol, Untisal, Toro, Cafiaspirina, Mejoral, Imparciales… Los había rimados, como el de Geniol (1930), y otros que iban derecho al grano, como el Donde lo pongan, calma, de Untisal (1930). Muchos se volvieron tan populares que terminaron por calar en el idioma cotidiano de la sociedad, como el caso del inolvidable Al pan, pan y al vino, Toro. Hoy, frases como Las cosas claras y el chocolate Águila (1942); No se achique, Don Enrique (Sanfonrizado, 1945); Los chicos piden a gritos, medias Carlitos (1947); Siempre aguanta un matecito más (Nobleza Gaucha, 1950); Cada día una copita, la inolvidable línea de Bols (1956), o Junto a las mejores cosas de la vida, de Otard Dupuy (1968), nos pueden parecer inocentes, pero sus persistencia en la memoria colectiva es la mejor prueba de su eficiencia. Un buen eslogan nunca muere, y en algunos casos sobrevive al producto publicitado”.
Los ilustradores y dibujantes argentinos fueron los primeros artistas de la publicidad en ser reconocidos en el exterior. Segundo José Freire, el creador de la gráfica de Alikal (1940); José Luis Salinas, llamado por King Features para realizar un comic de fama mundial, Cisco Kid; Florencio Molina Campos, el genial dibujante costumbrista de los Almanaques de Alpargatas (1930), colaboró en tres películas de Walt Disney; Ernesto Fairhurst, autor de las refinadas ilustraciones de Escorihuela (1955); Julio Freire (Escorihuela, 1983; Volkswagen, 1983).
En esos años, Buenos Aires era una fiesta del dibujo y del diseño. El momento culminante fue la llegada, en 1927, del francés Lucien Achille Mauzán. Considerado por los críticos de hoy como uno de los grandes del afiche, junto con Toulouse Lautrec, Cheret y Cappiello (Eugenio Manzato, curador del Museo Bailo de Treviso, Italia), Mauzán hizo entre 130 y 150 afiches en los seis años que estuvo en el país. En esta muestra figuran varios de ellos, como el de la amablemente torturada cabeza de Geniol. Asoma el futurismo italiano, con su manera de mostrar el movimiento (Casa Neumann, circa 1930). Y hasta el grotesco teatral italiano, en el afiche de Carpano, en el cual Mouzán evoca fuertemente a Florencio Parravicini. Más tarde se puede rastrear la influencia del art déco y de la gráfica suiza.
Las chapas esmaltadas de publicidad se grabaron en la memoria de la gente. Mauzan sostenía que “Los afiches deben ser simples y visibles de lejos”, “Son el bombo en la orquesta de la propaganda”, “Son gritos pegados en los muros”, “En el afiche, la idea es todo”. Frases que prueban que, a pesar de la sofisticación y la audacia de hoy, mucho no ha cambiado el género, como puede verse en esta reveladora muestra de arte publicitario.
La muestra se puede visitar hasta el 7 de noviembre en el Pabellon de las Bellas Artes de la UCA, Alicia M. de Justo 1300, PB, de lunes a domingo, de 11 a 19 hs.
Reunidas por el Embajador Federico Mirré a lo largo de varios años, las 131 chapas que integran esta muestra son elocuentes tanto por su forma y fondo como por su estrecha relación con la realidad cotidiana. Exhiben mensajes con valores artísticos que confirman que la publicidad, por un lado, absorbe las tendencias artísticas en boga, y por otro, las crea e incluso las impone fuera de su dominio específico.
Como expresa Cecilia Cavanagh, directora del Pabellón de las Bellas Artes, “las chapas en exposición dan cuenta de una época, no solo por lo que anuncian, sugieren o recomiendan, sino por las herramientas gráficas y visuales que utilizan. Con un lenguaje visual simple, fueron parte de la geografía ciudadana. El eslogan fue incorporado en el mensaje publicitario con las grandes marcas, como Geniol, Untisal, Toro, Cafiaspirina, Mejoral, Imparciales… Los había rimados, como el de Geniol (1930), y otros que iban derecho al grano, como el Donde lo pongan, calma, de Untisal (1930). Muchos se volvieron tan populares que terminaron por calar en el idioma cotidiano de la sociedad, como el caso del inolvidable Al pan, pan y al vino, Toro. Hoy, frases como Las cosas claras y el chocolate Águila (1942); No se achique, Don Enrique (Sanfonrizado, 1945); Los chicos piden a gritos, medias Carlitos (1947); Siempre aguanta un matecito más (Nobleza Gaucha, 1950); Cada día una copita, la inolvidable línea de Bols (1956), o Junto a las mejores cosas de la vida, de Otard Dupuy (1968), nos pueden parecer inocentes, pero sus persistencia en la memoria colectiva es la mejor prueba de su eficiencia. Un buen eslogan nunca muere, y en algunos casos sobrevive al producto publicitado”.
Los ilustradores y dibujantes argentinos fueron los primeros artistas de la publicidad en ser reconocidos en el exterior. Segundo José Freire, el creador de la gráfica de Alikal (1940); José Luis Salinas, llamado por King Features para realizar un comic de fama mundial, Cisco Kid; Florencio Molina Campos, el genial dibujante costumbrista de los Almanaques de Alpargatas (1930), colaboró en tres películas de Walt Disney; Ernesto Fairhurst, autor de las refinadas ilustraciones de Escorihuela (1955); Julio Freire (Escorihuela, 1983; Volkswagen, 1983).
En esos años, Buenos Aires era una fiesta del dibujo y del diseño. El momento culminante fue la llegada, en 1927, del francés Lucien Achille Mauzán. Considerado por los críticos de hoy como uno de los grandes del afiche, junto con Toulouse Lautrec, Cheret y Cappiello (Eugenio Manzato, curador del Museo Bailo de Treviso, Italia), Mauzán hizo entre 130 y 150 afiches en los seis años que estuvo en el país. En esta muestra figuran varios de ellos, como el de la amablemente torturada cabeza de Geniol. Asoma el futurismo italiano, con su manera de mostrar el movimiento (Casa Neumann, circa 1930). Y hasta el grotesco teatral italiano, en el afiche de Carpano, en el cual Mouzán evoca fuertemente a Florencio Parravicini. Más tarde se puede rastrear la influencia del art déco y de la gráfica suiza.
Las chapas esmaltadas de publicidad se grabaron en la memoria de la gente. Mauzan sostenía que “Los afiches deben ser simples y visibles de lejos”, “Son el bombo en la orquesta de la propaganda”, “Son gritos pegados en los muros”, “En el afiche, la idea es todo”. Frases que prueban que, a pesar de la sofisticación y la audacia de hoy, mucho no ha cambiado el género, como puede verse en esta reveladora muestra de arte publicitario.
La muestra se puede visitar hasta el 7 de noviembre en el Pabellon de las Bellas Artes de la UCA, Alicia M. de Justo 1300, PB, de lunes a domingo, de 11 a 19 hs.