23 de noviembre de 2014

Adriana Carambia expone en Dacil

El miércoles 26 de noviembre a las 19 hs. inaugura “La trampa del destello”, esculturas de Adriana Carambia en su muestra individual y se podrá visitar de martes a viernes de 13 a 19 hs en Soria 5125, Palermo, Buenos Aires. 

“El paisaje se pronuncia ante el espectador.Y un paisaje no es solo un área de la superficie terrestre que se contempla desde un lugar determinado; es un reflejo visual proyectado hacia quien mira. Se ordena mediante la interacción de los factores presentes, es cierto, pero termina de configurarse en la retina. Es imposible repetir una foto del mismo paisaje, porque un segundo después el paisaje no es el mismo. Por eso un reflejo visual no es una imagen estática; está en constante cambio. Como un móvil suspendido del tiempo, dialoga con el viento para armar una de sus figuras, justo ante la mirada atenta que congela el momento. Cada reflejo es para un espectador y se manifiesta no solo porque este lo habita sino porque también lo define.
Las obras que Adriana Carambia dispone en la sala de la galería parecen provenir de un paisaje extraño pero, a la vez, afín. Sus piedras destellantes animan la idea del territorio inexplorado: como el centro de la tierra o la superficie lunar -por no citar planetas más alejados que el satélite que gobierna nuestros anhelos-. El desconcierto sobre el origen de lo que vemos, que surge a primera vista, luego se traslada cuando se toma conciencia de la factura humana. Son esculturas, sí, y dispuestas en una galería de arte. Pero la confusión nace estrictamente del material. Parabrisas, ventanas y lunetas polarizadas son el cimiento, y a su vez la piel, de las piezas que conforman este paisaje.
En la era de la virtualidad extrema, es paradójico encontrar obras tan matéricas como las de Adriana Carambia. Profesan el retorno de la escultura más tradicional pero con un lenguaje hiper contemporáneo: la postproducción de los bienes de uso y la reutilización de la materia prima descartada. Los cristales, ahora, se actualizan y fortalecen en el conjunto para exponerse a sí mismos. Son su propio tema. Este reflejo visual, capturado para la sala, apela a la fragilidad no solo de los objetos, sino también, a la propia. Brillantes, oscuras y cautivantes, las esculturas, se erigen en la sala como si fueran monolitos que nos traen un mensaje del futuro o de un pasado ajeno del que se desconoce todo pero se intuye aún más.
El accidente descansa en cada golpe. Los parabrisas rotos atesoran la huella del impacto, la marca de un acontecimiento fugaz que perdura eterna en el material. Y en este caso, el espectador es exponencialmente ajeno a todo lo sucedido. Está huérfano de relato ante la información incompleta que cada marca encripta en la obra. Es la abstracción de la crónica de todos los días. Después del impacto -un piedrazo, un robo, un choque ¿qué más puede romper un parabrisas?- lo que finalmente queda aquí, en la sala, es el secuela de un instante que se ha sublimado por la experiencia estética. ¿Será que así se puede ahondar en la naturaleza de los acontecimientos, las cosas y las personas? La inevitabilidad es el flagelo de la existencia. El tiempo pasa, todo sigue su curso. No hay modo de retroceder. El reflejo proyectado es tan unívoco como efímero. Una vez más, ineludiblemente, el espectador está contemplando su propio paisaje, que en un instante no será el mismo.Guido Ignatti, 2014