16 de agosto de 2017

Arcimboldo Arte Contemporáneo presenta la exposición “Nocturnos” de Juan Nördlinger


Desde el martes 15 de agosto se puede visitar en Arcimboldo Arte Contemporáneo la exposición “Nocturnos” del pintor Juan Nördlinger. Se trata de pinturas en tela de lugares, personajes y situaciones reales e imaginarios de la ciudad. Permanecerá hasta el 8 de setiembre en Reconquista 761 - PB 14, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
  
Para presentar la reciente producción de Juan Nördlinger nos parece vital retomar una pregunta de Gilles Deleuze: “¿Qué quiere decir hablar de pintura?”… cuestión que el filósofo formulara a propósito, entre otros, de Van Gogh. Su inmediata respuesta reza: “precisamente formar conceptos que están en relación directa con la pintura y solamente con la pintura”.
Nuestro escrito se ampara en esta prescripción que ayuda a prolongar en lo discursivo la creencia de Juan Nördlinger: pintar es crear imágenes en y solo a través de la pintura. Porque incluso en el conocimiento de las estrategias artísticas contemporáneas, el conjunto de las obras que da lugar su exposición en Arcimboldo insiste en la práctica pictórica y en la exploración de su hacer específico. Un trabajo dedicado y delicado, un oficio que implica ritos y tabúes, una técnica en riguroso coajuste con sus materiales, una relación amorosa entre la corporeidad del cuadro y la pericia del artista.
De tal persistencia y concentración ha emanado una nueva densidad poética. Una cierta discontinuidad con el trayecto previo, que intentaremos develar muy cerca de las imágenes. Ellas operan a partir del ejercicio de la visión nocturna: un acontecimiento precario entre seres y entornos, y un desafío para quien se atreve a ampliar las fronteras de la luz visible.
Podemos perseguir en la superficie de la tela el lugar del pintor: primero flâneur, cuerpo en el tránsito de la noche, principalmente en su ciudad y de allí en otras. Un errante sin prisas, sin rumbo; su atención en disponibilidad percibiendo contrapuntos de sombras y luces, acopios de tonos, matices en acorde, reflejos fluviales, las huellas de diversos pasados. Luego, testigo de la nocturnidad, mirada encarnada, íntima… cómplice del clima onírico de una noche que se abre a lo real.

Y lo real pictórico podría ser esa “catástrofe que afecta el acto de pintar en sí mismo. (…) Al punto que sin ella el acto de pintar no podría ser definido” (Deleuze).

¿Qué puede significar esto? Existe para la pintura un antes del acto: es el caos del que surge la figura, ese aciago envés que germina en matriz, ese anclaje trágico que anuda el armazón. Sujeto del caos, el pintor, un poco más acá de lo invisible y un poco más allá de lo visible, conmovido ante la dilatada textura del mundo, situado en el umbral de sonidos intraducibles y de lenguajes aún inaudibles. Paul Klee decía: “Me parece, cuando la noche vuelve a descender, que no pintaré y que jamás he pintado.” Es aún oscuro cuando la mirada empuja la claridad en el acto de pintar. Y cuando se ha constituido la mirada, ya puede haber un secreto que donar a la contemplación. Con cuidado.
 
La mirada de Nördlinger conoce la dimensión de este “casi de noche”, ha experimentado en el descenso hacia lo oscuro la gama que no se extralimita y la claridad que asciende hasta punto de ceguera; temperaturas; colores irreprimibles cuando remontan la máxima gradación declinan morosos detonando penumbras. Entre esos dos confines labora el hecho pictórico  que exhuma del caos el color y la forma por un pincelada muy trabajada de trazos intensos. Sobre, entre, contra la pregnancia de los fondos con sus sutiles variables tonales se ritma el dibujo, geometría de lo informe, y se trazan sus líneas hirientes. La transparencia vincula los planos, el detrás y lo representado. Los artefactos figurativos se distribuyen en una composición estable y pausada incluso en sus recurrentes diagonales o sus superficies trapezoidales; solo aquí o allí, a veces protagónicas, ciertas aceleraciones dadas por la perspectiva o por la materialidad.
Lápiz, grafito, carbonilla, acrílico… lo gráfico y lo pictórico solicitan una contemplación en detalle para descifrarse como textura de la nocturnidad. ¿Es este el concepto que describe la sensación capturada en connivencia con un mundo casi silencioso?

Y sin embargo el secreto está a salvo; el parpadeo que reiteran las tinieblas quiebra los equilibrios en favor de esos fondos que avanzan inestables, expansivos, indiscernibles. Fondos que aparecen en los seres y las cosas, pero no pertenecen ni a los unos ni a las otras. Base geológica hecha de brumas que resguarda la idea de albedrío unida a la de designio. Diagrama.

“Si no existe el diagrama… eso que hace catástrofe sobre el cuadro, entonces ya no hay nada” (Deleuze)

Esmalte estallado sobre el cobre de la tela, mancha corpuscular en una dimensión abstracta, esquema, ley de funcionamiento, los fondos liberan la imagen de los clichés que podrían abrumarla: el fantasma de la fotografía, el espectro del género. Porque en la instantánea la visión se pierde en pos de obtener una vista y es preciso recuperarla al pintar. Ni paisajes urbanos, ni interiores, ni series, ni unidades, pero además… lo que, en definitiva, ponen en escena estos cuadros son estados intersubjetivos de la nocturnidad.
Rembrandt, Whistler, Hopper, Bacon… ¿qué  puede ser lo nocturno para un pintor?...
Dice Nördlinger: “Lo que sucede en la noche es lo mismo que acontece en la pintura: una transfiguración”. Deleuze asiente: una catástrofe en el acto de pintar es inseparable de un nacimiento. Es el origen mismo del color, de la pintura. Es quizás lo que algunos pintores desde siempre han buscado en la noche: “… me hace falta también una noche estrellada con cipreses ―quizá sobre un campo de trigo maduro…” (Van Gogh).
                                                                   Alicia Romero, Marcelo Giménez