El hotel Anselmo del barrio de San Telmo inauguró la exposición “Serendipia”,
del artista plástico Eugenio Cuttica, de visita. La muestra,
que se extenderá hasta el 15 de junio, recorre
los últimos años de su producción y se exhibe en diálogo con la
arquitectura y la vegetación envolvente que destaca al hotel para dejarse atrapar
por una atmósfera espiritual de reflexión.
"Guerrero+Luna+rojo"
La muestra propone una experiencia inmersiva única en Buenos Aires. Nos invita
a observar lo que nos rodea con nuestra mirada interior. Ligarnos con la verdad
ulterior en sincronía con el ser. Es una invitación a reconectar con la
divinidad con la que todos nacemos y a transitar el flujo de la abundancia que
ofrece la dimensión de lo sublime. Saldremos transformados de la muestra,
atravesados por un mensaje actual y espiritual de transformación.
La palabra Serendipia
hace referencia a un descubrimiento inesperado, producido durante la búsqueda
de algo diferente. Es una invitación a abrirse a lo inesperado y dejarse
atravesar por una experiencia espiritual.
Hasta sus 40
años Cuttica fue expresionista, la belleza estaba dada por el acto mismo de
pintar, en su mayoría obras abstractas, con mucha materia. Una energía que le
brotaba de los centros emocionales. Era una pintura que salía de un grito, o
sea una pintura de lo que más es más. En ese momento comenzó a darse cuenta de
un fenómeno que sucede llamado el límite de la enunciación. Cuando uno grita y
vuelve a gritar y vuelve a hacerlo, el grito se oye cada vez menos, por
acostumbramiento, hasta que ya casi deja de producir su efecto y se crea un
callejón sin salida. Por más que el artista agregue materia, agregue el gesto,
agregue más energía de las entrañas, se encuentra con un límite que no se puede
traspasar.
Cultor
de la lectura del budismo y de la práctica de la meditación, Cuttica comenzó a
investigar sobre la filosofía oriental y lo proyectó hacia su pintura. Su obra
en esta etapa comenzó a surgir de un estado del espíritu.
Eugenio Cuttica en su taller de Central Park
Es allí
donde Cuttica se enfrenta a un dilema del mismo lenguaje, seguir con ese grito
ahogado o dejar de pintar. Se produjo una vuelta a los dibujos, de sus trece,
catorce, quince años, una pintura más económica en términos de energía, más
mesurada, más amorosa, más inclinada hacia la ternura, hacia la verdad, hacia
el amor, y hacia el silencio… una pintura basada en conceptos budistas y las
enseñanzas de maestros espirituales.
Dejó a
un lado sus pinturas fuertemente expresionistas, abandonando un sentimiento que
se había agotado en él, para pasar a una pintura que surge desde su interior,
desde un estado del espíritu. Mientras que su obra expresionista estaba cargada
de fuertes vibraciones de colores y una paleta primitiva que surgía de sus
entrañas, de sus pasiones, sus obras nuevas comenzaron a surgir desde el acto
interno de la meditación y el silencio.
La pintura
cambio por completo y se dio la paradoja, de que se transformó en una expresión
silenciosa, mucho más poderosa que el grito. Un vacío energético que atravesó
todo. La obra de Cuttica se catapultó y empezó a llegar a todas partes.
Dice
Cuttica: “Logré hacer una obra que atraviesa directamente al corazón de la
gente y que ayuda a reencontrarse con el ser y a recordar algo muy importante
que se ha olvidado. Esta pintura del silencio ligada a la espiritualidad genera
muchas situaciones emotivas en las exposiciones. Porque utilizo el lenguaje de
la pintura para hacer el amor con la gente. Un amor en que soy ampliamente
correspondido y así se genera una rueda emotiva que gira y se retroalimenta
entre el artista y el público.”
La
práctica de meditar no es una línea recta hacia la búsqueda de la calma, el
silencio y la tranquilidad, sino más bien, un camino sinuoso hacia un
entrenamiento de la mente para elegir nuestros pensamientos, buscando desterrar
aquello que puedan dañarnos.
Luna y la Glicina II
La
figura de una solitaria niña -a veces son dos- se transforma en un espíritu
transparente que atraviesa la materia y la naturaleza. De rasgos delicados y
una actitud calma, la niña observa una calavera, interactúa pacíficamente con
otra niña, o bien aparece fantasmagóricamente envuelta en un vestido que se
vuela al viento, en la esquina contraria a la figura de un guerrero que resulta
de una particular mezcla de un guerrero medieval, con una deidad precolombina.
Una niña que, desde otro plano físico, se contacta con el más allá, con la
divinidad, con la vida y con la muerte, en forma de un ente espiritual. Una
serie de personajes transparentes esculpidos en resina avanzan iluminados por
una intensa luz interior. Parecen querer mostrarnos la supremacía del espíritu
por sobre la razón.
El
Hotel Anselmo es sin lugar a dudas uno de los hoteles más destacados de la
Cuidad de Buenos Aires. Inmerso en pleno barrio de San Telmo y emplazado frente
a la icónica Plaza Dorrego, el espacio designado para esta muestra de arte nos
brinda un ambiente mágico y envolvente, ideal para el mensaje espiritual de la
obra de Cuttica.
Eugenio
Cuttica es uno de los principales artistas contemporáneos argentinos. Nacido en
Buenos Aires en 1957, actualmente reside en Nueva York. Su exposición en el
Museo Nacional de Bellas Artes en 2015 congregó a más 100.000 espectadores.
Cuttica
estudió arquitectura en la Universidad de Buenos Aires y pintura y escultura en
la Escuela Nacional de Bellas Artes. Fue asistente de los pintores como Howard
Martínez y Antonio Berni. Obtuvo el primer premio Jóvenes Pintores Gran Premio
Amalita Fortabat, Juries Exhibition of Expressionist Painters of Argentina y
fue seleccionado como finalista de la Bienal de Venecia, Italia. En 2019 fue
nombrado como “Personalidad destacada de la cultura de la Ciudad de Buenos
Aires”, por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Ha
expuesto su obra en ciudades como Nueva York, Boston, Los Ángeles, Sevilla,
Ámsterdam, Atami (Japón), Shanghai, Buenos Aires, Santiago de Chile, Río de
Janeiro y Bogotá, entre otras ciudades del mundo. En el presente, prepara una
gran muestra en Sevilla, España.