La muestra “Marcos López: Clásico y Moderno” reúne una serie de noventa imágenes, algunas del propio autor y otras halladas en anticuarios y luego pintadas e intervenidas a mano. López compra las fotos en anticuarios o mercados de pulgas de Buenos Aires y otras ciudades de América latina y las trabaja con todo tipo de materiales; las resignifica y convierte en piezas únicas.
Este creador multidisciplinario utiliza infinitas variables a la hora de intervenir las imágenes y provoca una especie de “surrealismo precario”, según sus propias palabras, conservando al mismo tiempo la magia original de las fotografías.
La fotografía antigua -copias de plata gelatina- tiene una fuerza energética, un aura, un misterio muy potente: en principio tiene un autor y aparece gente de verdad. Entonces, el hecho de pintarles encima de una novia un fuego o un cocodrilo, o un lobo que amenaza con comerse a una niña (cuyo vestido de comunión transformo en el de Caperucita Roja), me hace pensar qué derecho tengo yo para pintarle unos cuernitos de diablo al mismo tiempo que me da un placer enorme -ya que implica soltarme en un trazo infantil sin bocetos- y también me da culpa.
Siempre traté de ser «transgresor» con mi obra y siempre lo viví con miedo y culpa. Esos sentimientos están en esta muestra. Hay también una especie de surrealismo precario.
Otra cosa que me resulta interesante es que todas las obras son originales, son objetos. Tienen olor a químico. Son pinturas, pero al mismo tiempo son estructuralmente fotográficas. A la mirada de ilusión de una novia en un retrato de estudio, por más cielos rosados flúor, muebles con tapizados de leopardo, maridos con cuernos de diablo -que yo les pinto en el fondo-, la mirada, el gesto siguen teniendo la magia original de la fotografía.
El «hallazgo» característico de la fotografía (Benjamin o Cartier-Bresson o no me acuerdo quién la definió como «la estética del hallazgo») se da, en este caso, en el hallazgo de la foto en el cajón de fotos viejas de los anticuarios de mi barrio.
La muestra se llama «Marcos López: Clásico y Moderno». Me gusta como suena. Incluye sesenta imágenes antiguas de plata gelatina pintadas e intervenidas a mano con todo tipo de materiales: aerosol flúo, aplicaciones de pelo de verdad, pintura dorada para corona de reyes... del coronavirus.
Ya me intimaron a cerrar la lista de las obras y sigo yendo todos los días a los anticuarios a ver si encuentro alguna foto nueva que me diga algo nuevo, o me despierto en la madrugada y compro compulsivamente en Mercado Libre.”
A causa de un juicio sucesorio, los materiales que estaban en la casa del dibujante -en Haedo- fueron
depositados en la caja fuerte de una empresa de seguridad que quebró en 2005. Luego, las piezas fueron robadas y vendidas ilegalmente por el mundo.
Los originales que se exponen -con autorización judicial- fueron recuperados por Interpol-Buenos Aires y
permanecen bajo su custodia hasta tanto terminen las causas en trámite.
fuera de lo exhibido, varias piezas sustraídas fueron localizadas en Europa, pero la justicia de los países donde se hallaban resolvió no devolverlas, y de otras no se ha podido descubrir aún su paradero, pero tienen orden de
secuestro internacional.
La muestra incluye además dos producciones audiovisuales que completan la información sobre este inusual,
complejo y doloroso destino de una obra excepcional. la curaduría, investigación y textos de la exposición estuvieron a cargo de la investigadora y periodista Judith Gociol.
En 1997, a causa de un litigio judicial por el acervo sucesorio entre los hijos y la segunda esposa del autor, una parte de esa obra fue depositada para su resguardo en la caja fuerte de una empresa de seguridad que quebró en 2005 y, a partir de entonces, los originales fueron robados y vendidos ilegalmente por el mundo.
Hacia 2008 se denunció que las piezas eran ofrecidas para su compra y, un año después, la justicia penal y la fiscalía solicitaron la intervención de Interpol: algunas de esas obras resultaron recuperadas; otras ya fueron localizadas pero las autoridades judiciales europeas no autorizan su repatriación; el resto continúa sin aparecer.
La calidad de esas páginas, de una gráfica absolutamente innovadora, invaluable para sus lectores, tiene ahora un precio en el mercado (negro) que ni por asomo cobró nunca este artista que pasó largas épocas de ahogo económico, en oscilación entre dos necesidades no excluyentes: la de experimentar gráficamente y la de trabajar “para el puchero”, como decía.
Es un destino cruel y paradójico para la producción de un maestro del blanco y negro -justamente-, experto en el manejo de la luz y de la oscuridad.